Ødegaard, tiene futuro
Durante el juego Odegaard no dejó de dar la señal de su clase. Hasta en los errores se reconocía a un futbolista diferente. Descargaba en corto porque lo pedía la situación. Filtró muchísimos pases que superaban una línea. Exhibió una gama sorprendente de recursos técnicos, desconcertantes para los experimentados defensas y centrocampistas del Guadalajara, que nunca lograron detenerle. Regateó cuando fue necesario, con una económica naturalidad, sin alterarse y sin forzar el gesto. Comprendió la exigencia del encuentro en cada instante, moviéndose por todas las zonas del campo con una energía impensable en un jugador tan joven. Vivió el gran duelo. Dio destellos en sus toques en varias aperturas, aunque se caracteriza por su facilidad para moverse entre líneas y buscar asociaciones cortas.
Odegaard fue un manual, el mejor de su equipo con mucha diferencia y el que más hizo por ganar el partido. En ese capítulo tampoco se ha equivocado el Real Madrid. Odegaard dio una lección de personalidad. Pidió la pelota con desesperación, con la gestualidad de los líderes, pero sin estridencias. Su impacto en el juego fue de tal calibre que el resto del equipo terminó por aceptar su autoridad, especialmente notoria en un partido crucial. No ocurrió lo mismo con algunos de sus colegas del Castilla con pretensiones de figuras. Pretensiones injustificadas a la vista de su irrelevante actuación en lo que era una final en toda regla.El más joven fue el mejor y el más implicado, con una consideración añadida: hay en Odegaard una exquisitez minimalista, sin concesiones a la retórica, que fascina al público y que habla de un jugador extrañamente adulto para su edad. No merece la Segunda B. Probablemente está preparado para aterrizar en el primer equipo, un aterrizaje que sería más suave y conveniente con el Castilla en la segunda categoría del fútbol español.
Odegaard fue un manual, el mejor de su equipo con mucha diferencia y el que más hizo por ganar el partido. En ese capítulo tampoco se ha equivocado el Real Madrid. Odegaard dio una lección de personalidad. Pidió la pelota con desesperación, con la gestualidad de los líderes, pero sin estridencias. Su impacto en el juego fue de tal calibre que el resto del equipo terminó por aceptar su autoridad, especialmente notoria en un partido crucial. No ocurrió lo mismo con algunos de sus colegas del Castilla con pretensiones de figuras. Pretensiones injustificadas a la vista de su irrelevante actuación en lo que era una final en toda regla.El más joven fue el mejor y el más implicado, con una consideración añadida: hay en Odegaard una exquisitez minimalista, sin concesiones a la retórica, que fascina al público y que habla de un jugador extrañamente adulto para su edad. No merece la Segunda B. Probablemente está preparado para aterrizar en el primer equipo, un aterrizaje que sería más suave y conveniente con el Castilla en la segunda categoría del fútbol español.
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